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¿VAMPIROS ENTRE NOSOTROS?

Espero que Roger Vadim me perdone la utilización del título de un libro suyo —aunque él lo utilice sin interrogantes—, donde el cineasta francés, otrora esposo de la también otrora ilustre Brigitte Bardot, realizó una antología de las obras breves de los autores más prestigiosos, en tomo al tema del vampirismo.

En esa obra, encontramos desde John William Polidori, con su famosísimo relato de “El vampiro”, hasta Gogol con “El Viyi”, pasando por otros grandes escritores como Hoffman, Dumas, Tolstoi —con su vurdalak ruso—, Sheridan Le Fanu y su “Carmilla”, Maupassant con “El Horla”, e incluso un relato de Las Mil y Una Noches con vampiro y todo, y finalmente hasta Ray Bradbury, que abordó el tema en su relato “El hombre del piso de arriba”. Sí, también Bradbury, como hiciera en su momento otro gran autor de ciencia-ficción como Richard Matheson con una novela extraordinaria “Soy Leyenda”, llevada al cine con la incomprensible variante de sustituir a los vampiros del relato original por mutantes, en la película Omega Man. Cosas de las mentes de Hollywood, claro.

 Como se ve, el tema de los vampiros ha sido seriamente tratado por muchos, muchísimos autores de la más diversa condición y desde las más diferentes perspectivas. ¿Por qué? Porque, evidentemente, el tema es serio, digan, lo que digan los escépticos, que son los más.

¿Existen o existieron alguna vez los vampiros? La respuesta razonable y lógica que nos viene en seguida a la mente es “no”, por supuesto. Pero no nos precipitemos. Rousseau afirmaba que de todos los personajes irreales, el más real y conocido resulta ser el vampiro.

Alguien ha dicho que la ventaja de los vampiros es que nadie cree en ellos. Puede ser. Yo, como autor que he sido de novelas de terror, bajo seudónimos anglosajones exigidos por los editores en su tiempo, también he tocado, ¡cómo no!, los relatos de vampiros, aunque no fueron nunca, debo admitirlo, mis preferidos.

Ello, sin embargo, me permitió estudiar el tema a fondo, y me encontré cosas muy curiosas de las que vaya hablaros.

No, no hablaré de los “vampiros” actuales que tenemos aquí mismo, en nuestra sociedad, como pueden serlo los políticos que nos chupan la sangre a cambio de nada, o los financieros que nos succionan el dinero y luego se declaran en quiebra y se quedan con todo. Hablo del otro vampiro más gótico, más romántico, e incluso más erótico, como han demostrado las películas de la Hammer inglesa, para mí mucho más cercanas al mito que las de Todd Browning, con su “Drácula” de Bela Lugosi.

En enero de 1755, se condenó a muerte a un hombre en una aldea de Moravia, acusado de vampiro, con lo que sin duda debía sufrir una segunda muerte, si el caso era cierto. La propia emperatriz, al saberlo, intervino, y dos médicos de Viena consideraron perturbados mentales a jueces y testigos por semejante proceso. Pero en el caso de la condesa Bathori, en Hungría, en el siglo XVII, la cosa fue mucho más cercana al vampirismo, puesto que la bella aristócrata asesinaba doncellas y se bañaba en su sangre, lo que la hacía creer que conservaría eternamente juventud y belleza.

Obviamente, la superstición de los pueblos, sobre todo los eslavos, ha creado el mito del vampiro bebedor de sangre y toda la leyenda sobre los no-muertos que salen de sus tumbas por la noche. Se basa en gran parte esta superstición en la vida misma del emperador Vlad Tepes, “El Empalador”, que sería en quien se inspirase Bram Stoker para su novela “Drácula” la aportación más importante al género, evidentemente.

Incluso los médicos, en el siglo XVIII, llegaron a creer en la existencia de vampiros, especialmente en países próximos al Danubio.

Los lugares idóneos para tal creencia han sido siempre las regiones de Transilvania, y en los pequeños lugares de los Cárpatos aún es posible ver ristras de ajos, cruces y estacas afiladas, como defensa contra las criaturas que buscan la sangre de los vivos desde ultratumba. Y eso que en la actualidad, Rumanía ha convertido en algo así como un parque temático el castillo de Vlad Tepes, el auténtico castillo de “Drácula”, para explotación del turismo. Eso sí que es vampirismo, pero exento de todo romanticismo y de toda erótica.

Vivimos tiempos en que no es fácil creer en cosas así, pero el mito viene ya desde el antiguo Oriente y se ha mantenido durante muchos siglos vivo, aunque hablar de “vivo” relacionado con los vampiros suene un poco a contrasentido.


Los escritores seguiremos tratando el tema, pese a todo, porque hay que reconocer su fascinación y su misterio. En una época en que nos abruman las nuevas tecnologías y nos bombardean con realidades virtuales, software, hardware y todo un mundo de técnica y progreso electrónico resulta hasta saludable pensar en la posible existencia de esos seres de la noche, que buscan insaciables su rojo alimento en las gargantas humanas.

Porque ¿hay realmente vampiros entre nosotros? ¿Los hubo alguna vez, como sugirió el benedictino Agustín Calmet, para mofa y burla de Voltaire? La respuesta parece sencilla, como dijimos al principio, pero no lo es. Tal vez los gallegos, buenos conocedores del mundo de la imaginación y de las supersticiones, tengan la mejor respuesta, como cuando se les pregunta por la existencia de meigas o brujas: “No, los vampiros no existen, pero haberlos… haylos.”

[Publicado en la revista “La Corredera” de Montilla (Córdoba) en septiembre de 2003.]

JUAN GALLARDO MUÑOZ